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miércoles, 5 de febrero de 2014

"La perla y la ola" (fábula persa). (1862). Paul Baudry (1828 - 1886)




















 La perla y la ola (fábula persa). (1862.) (Paul Baudry)
Óleo sobre lienzo.(83,5 x 178 cm). Museo del Prado - Madrid (España)

"Esta obra, uno de los desnudos más apreciados en el París del II Imperio, fue una de las más destacadas en el Salón de 1863, donde el artista la expuso bajo el título La perle et la vague (fable persane). En una carta a su amigo Olivier Merson, fechada en mayo de 1863, Baudry exponía que había pensado al principio en sugerir lo femenino a través de la ola, pero luego le pareció demasiado abstracto y prefirió mostrar la figura como una perla en su joyero, de modo que la composición se relacionara con el nacimiento de Venus. El artista había ya tratado el desnudo femenino en otras composiciones en las cuales, como en este caso, aparece la concha que se ve en la parte derecha de La perla y la ola. Esta última es una especie de metáfora de la sexualidad femenina. El desnudo se despliega como una superficie preciosa que evoca la calidad perlina, en el interior de la ola que está a punto de envolverla. El símil de un desposorio entre el mar y la mujer. La disposición del desnudo de perfil hace muy visibles las sucesivas curvas convexas de brazo, seno y caderas, separadas por las concavidades, éstas cada vez más abiertas, de la axila, el talle y tobillo, como si el desnudo se desplegase en líneas cada vez más amplias desde la cabeza hasta los pies, acompañando al sentido de lectura de izquierda a derecha. Debido a ese carácter sinuoso hubo críticos, como Gautier y Du Camp, que vieron en el desnudo la alusión directa a la ola, y no sólo a la perla. En la obra destacan las delicadas carnaciones del desnudo, en el que algunas reseñas reprocharon la ausencia de modelado. La figura aparece radiante de luz en sus calidades nacaradas, rodeadas por un azul claro en un acorde muy del gusto del II Imperio. El esfuerzo del artista por dar una expresión de intensa sensualidad al rostro se plasma sobre todo en la mirada, de reojo, al espectador y en los labios, entreabiertos. Consigue así imprimir en la figura un atractivo que alguno de sus contemporáneos juzgaron poco arrebatador y otros, poco decoroso. La pintura tuvo una gran difusión a través de distintas fotografías así como gracias a un grabado de Carey, que no apareció hasta meses después de haberse inaugurado el Salón debido al cuidado que se puso en su edición a fin de garantizar su calidad. Asimismo fue objeto, como los otros desnudos del Salón, de varias caricaturas. En 1886 se difundió el fotograbado realizado en las prensas de Goupil. El hecho de que las caricaturas resaltaran en la obra el triunfo de la sensualidad carnal, muestra muy bien el juicio que debió ser más extendido en el público. Por otra parte, el hecho de que la obra fuera adquirida por la emperatriz Eugenia de Montijo, contribuyó a acentuar la polaridad que el público y la crítica habían mostrado en la valoración de la obra. Tras la Comuna de Paris, Baudry ocultó la obra en casa de un amigo para ponerla a salvo de la requisa de sus bienes por la República. Entonces, en 1871, la adquirió a través de Goupil el coleccionista norteamericano William Hood Stewart, que reunió varias obras de Baudry. Ramón de Errazu debía de conocer muy bien la obra, tanto por su trato con Stewart como porque fue expuesta en cuatro ocasiones en Paris. Además, Raimundo de Madrazo, que era amigo y admirador de Baudry y el mayor coleccionista de sus dibujos, hubo de llamarle la atención sobre ella. Errazu la adquirió en la elevada suma de 43.000 francos en la venta de Stewart, celebrada en 1898 en Nueva York. Fue esta la última obra que compró, entre las que legó al Prado, y la de mayor precio y reputación. A partir de esta obra, Baudry apareció como el pintor-poeta de la mujer, el más capaz entre los de su época y género de resaltar su gracia. Este desnudo habría representado el triunfo de lo encantador, por encima de la lógica del estilo basada en el dibujo. Modernamente se ha percibido en la supuesta tensión existente en esta obra entre el realismo y el idealismo, un reflejo de las contradicciones internas a las que la representación de la mujer estaba sometida. En la pintura, esto aparece resaltado por la factura del cuerpo y por los tonos azulados muy bellos, de la ola, que parece a punto de abrazarlo. En ellos acierta a mostrar la calidad de un líquido precioso que rodea al desnudo. En el fondo arenoso, de disuelta solución, destacan, como joyas de exquisito valor, algunas conchas de brillos opalinos. La vegetación de las algas del primer término está realzada mediante veladuras oscuras con barniz, realizadas con una técnica muy distinta a la del cuerpo femenino. En las espumas de la ola que rompen en la pierna el pintor aviva la luz mediante un empaste blanco puesto tras haber realizado el desnudo. Los reflejos suavemente coloreados del cuerpo sobre el agua revelan una atmósfera de sugerente sensualidad y en la representación del desnudo afloran algunos de los recuerdos de Correggio de la formación del pintor. Fue el triunfo del esteticismo de Venus a través de su interpretación más sensual, donde se revela el carácter más sobresaliente de esta pintura." 
(Texto extractado de: Barón J.,El legado Ramón de Errazu, Madrid: Museo Nacional del Prado, 2005, pp. 84-88)

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